Lectura: Apocalipsis 22:1-5

Nuestro rostro refleja nuestra personalidad, y por lo tanto es la parte más expresiva y preciada de nuestro ser.
Sí, esa dulce sonrisa de una madre, la mirada de un padre bueno,  es natural que anhelemos ver esas expresiones de nuevo, en los rostros de nuestros seres queridos que se han ido al cielo antes que nosotros.  Habrá alegría y bendición cuando se levante el velo de la separación.  Anhelos de todo corazón que por fin se convierten en realidad cuando estemos cara a cara frente a aquellos que amamos, eso es lo que muchos deseamos.

Así también, una de las alegrías más sublimes de los cielos será el buscar el maravilloso rostro de nuestro Señor y Salvador, la cara que estaba bañado en lágrimas de compasión por  enfermos y moribundos.  El rostro lleno de compasión por un mundo perdido.  El rostro que llevó la vergüenza que de nuestros pecados.  El rostro que hizo una mueca de agonía en el Calvario por nuestros pecados para que podamos ver la sonrisa de perdón eterno de Dios.

Nosotros los creyentes, podemos vivir con anticipación entusiasta de ese día cuando la fe se convertirá en verdad ante nuestra vista.  Con ojos brillantes de esperanza y expectativa, vamos a cantar el estribillo: “¡Cuando por Su gracia, miraré Su rostro, esa será la gloria, será la gloria para mí!»

  1. Para que todos podamos vernos, ahí es necesario que antes si no lo has hecho, que entregues tu vida al Señor, aceptando el precio de sangre que había por tu alma, el sacrificio de Jesús en la cruz por tus pecados.
  1. Los que conocen a Cristo como Salvador pueden afrontar el futuro con alegría.  Y si quieres que otros también estén ahí, es necesario también contarles acerca de Jesús y de Su gran amor al morir y resucitar por ellos.

NPD/HGB