Lectura: Mateo 26:17-29

Esta historia se desarrolla en los ya lejanos años 80´s.   Era un procedimiento que no se hacía en su país, por eso para intentar salvarle la vida, Natasha tuvo que ser enviada en un viaje médico a un hospital en Japón.  Cuando llegó a su destino no podía dejar de llorar.  Como era de esperar los médicos y enfermeras no hablaban ruso, y por lo tanto no podían consolarla.  Finalmente, decidieron llamar a un misionero occidental que había en la ciudad para ver si podía ayudarla.

Cuando el misionero llegó al hospital, trató de consolarla, más él tampoco hablaba ruso.  Pero cuando vio la Biblia que traía, la mujer sonrió e hizo un gesto juntando sus manos, indicando con esto que agradecía que orara por ella.  Sin que mediara ningún tipo de comunicación verbal, aquel misionero de tierras lejanas y aquella mujer rusa compartieron un vínculo en común, su fe en Cristo.  A partir de ese momento, la mujer cambió de actitud, se sentía más animada y fortalecida por haber compartido su fe con aquel desconocido quien también tenía puesta su fe en Jesús.

Esta experiencia ilustra perfectamente la unidad invisible que tenemos en Cristo como creyentes.  Celebramos esa unidad, cuando nos encontramos, cuando oramos unos por otros, cuando le adoramos, cuando recordamos su muerte y vida en la Cena del Señor.

  1. Los creyentes en Jesús siempre tendremos un vínculo en común.
  1. Nuestra unidad empezó en la cruz y continúa gracias a su resurrección.

HG/MD

“Todas las veces que coman este pan y beban esta copa, anuncian la muerte del Señor, hasta que él venga” (1 Corintios 11:26).