Lectura: 1 Pedro 3:8-12

Un hombre me contó la siguiente historia sobre su padre: “No lloro por mi padre, sino por mí.  Su muerte significa que nunca escucharé las palabras que siempre quise escuchar de él, que estaba orgulloso de mí, orgulloso de la familia que había formado o de los éxitos que había obtenido”

Es por ello que este hombre no quiso repetir el error de su padre y el de muchos otros; se aseguró de decirle al hijo las palabras de aliento que nunca escuchó de labios de su papá: que lo amaba, que estaba orgulloso por sus logros grandes o pequeños y que estaba muy feliz por la vida que había desarrollado.

La mayoría de las veces, existe tensión entre padres e hijos que desgraciadamente queda sin resolver.  Las heridas viejas quedan sin sanar, y no estamos dispuestos a perdonar aquellas palabras sin control que salieron de la boca de personas a quienes amamos.

Pero por nuestro propio bien, es necesario que podamos derribar las paredes que nos separan.  Para comenzar a hacerlo, la Biblia nos ayuda: “Finalmente, sean todos de un mismo sentir: compasivos, amándose fraternalmente, misericordiosos y humildes.  No devuelvan mal por mal ni maldición por maldición sino, por el contrario, bendigan; pues para esto han sido llamados, para que hereden bendición” (1 Pedro 3:8-9).

  1. Debemos romper el ciclo de la ira y brindar a nuestros hijos lo que anhelan: escuchar de nosotros palabras de bendición y amor.
  2. La mejor inversión que puedes hacer por tu familia, es compartir con ellos las maravillas que se encuentran en la Palabra de Dios.

HG/MD

“Finalmente, sean todos de un mismo sentir: compasivos, amándose fraternalmente, misericordiosos y humildes” (1 Pedro 3:8).