Lectura Hechos 2:22-36

Un niño se detuvo al frente de una tienda de arte mirando fijamente a una pintura de Jesús en la cruz. Un hombre se acercó y le preguntó: “¿Sabes quién es?”

El muchacho respondió: “Sí, señor, es Jesús, el Salvador que murió en la cruz para salvarme.  Las personas que le rodean fueron los soldados que lo mataron. Y esa mujer que está llorando era su madre”.

El hombre le dio unas palmaditas al niño en la cabeza y se alejó. No había caminado mucho cuando sintió un tirón en la manga.  Era el mismo muchachito con el que había hablado momentos antes, él le dijo: “Por favor, señor, me olvidé de decirte algo más. Jesús ya no está más en la cruz.  Él está vivo porque resucitó.  Y ahora mismo está en el cielo”.

Ese jovencito sabía que el Salvador estaba vivo, que había murió y resucitado y que ahora vivía. Él conocía la verdad del evangelio.

La culminación del evangelio es la resurrección. Cada sermón predicado por los apóstoles incluía la noticia de que Jesús no estaba muerto.  Hoy en día, no importa cuán elocuente pueda ser un sermón evangelístico, no será el evangelio, si deja a Jesús en la cruz o en la tumba.  Un hombre muerto no puede salvar a nadie. Y ese no es Jesús, Él está vivo.

1. ¿Conoces personalmente, si es así, ya le has contado a otros las verdades sobre este Salvador viviente?

2. La buena noticia no es que Jesús vivió y murió, sino en que él murió y ahora está vivo.

NPD/MDH