Lectura: Mateo 21:1-17

Decían ser los más sabios de su tiempo; no obstante, los líderes religiosos estaban totalmente equivocados con respecto a la entrada de Jesús a Jerusalén (Mateo 21:15-16).  A pesar de todos sus estudios teológicos, no sabían quién era Jesús.

Por otro lado los ignorantes y simples niños, estaban en lo cierto con respecto a Jesús.  Estos eran los que gritaban desde lo más profundo de su garganta y corazón: “¡Hosanna, al Hijo de David!”.  Estaban convencidos que Aquel humilde hombre montado un pollino era el hijo de David, el prometido, el esperado por tanto tiempo.  Cumplieron de esta forma lo que se había profetizado en el Salmos 8:2, al alabar al Cordero que pronto sería ofrecido como sacrificio por el mundo pecador.

En su sencillez estos pequeños respondieron de forma sincera, a pesar de que seguramente no entendían las implicaciones de lo que estaban contemplando sus infantiles ojos, estaban dando honor y gloria al Rey de Reyes y Señor de Señores.

Estos niños nos enseñan una lección vital con respecto a la fe, en su inocencia, fue sencillo para ellos confiar en Aquel que estaba entrando triunfalmente en Jerusalén, el autor de la vida.

Como adultos creemos saber todo, en nuestra carrera por el conocimiento y el afán de las cosas materiales, nos hemos olvidado de lo importante, la fe sencilla y simple en Uno que camino entre nosotros, pero que no era uno de nosotros, en Uno que fue y enfrentó libremente Su misión, entregando dando hasta su último aliento por nosotros quienes le habíamos despreciado.

  1. Señor permítenos reconocer en cada minuto de nuestro andar que necesitamos a Aquel que un domingo como hoy, entró triunfante a una ciudad que le odiaría pocos días después, pero que aun así Él amó. Eso es ser verdaderamente sabios.
  2. De los niños y niñas podemos aprender grandes lecciones.

HG/MD

“De la boca de los pequeños y de los que todavía maman has establecido la alabanza frente a tus adversarios para hacer callar al enemigo y al vengativo” (Salmo 8:2)