Lectura: Job 1:13-22

Me encantan los volcanes, en muchos países existe la posibilidad de visitar estas montañas humeantes, como se les conocía en la antigüedad.  Cuando tengo la oportunidad me gusta visitar los parques nacionales que normalmente los rodean, aunque soy consciente del mediano peligro en que me encuentro debido a su naturaleza explosiva.  En algunos lugares se puede ingresar hasta los miradores que usualmente se ubican muy cerca de los cráteres de estos hermosos volcanes.

Al leer el libro de Job, es como si estuviera caminando por uno de esos volcanes y el volcán entrase en erupción, haciendo que la corteza terrestre explote, causando desastres en sus cercanías.

Al igual que los turistas que visitan estos parques nacionales, Job disfrutaba de su vida. Ni se podía imaginar que tan sólo un delgado muro lo separaba del desastre (Job 1:9-10). Cuando Dios quitó ese muro y permitió que Satanás probara a Job, su vida literalmente explotó (Job 1:13-19).

Muchos creyentes viven en situaciones en las cuales parece que Dios, por alguna razón, les ha quitado Su muro de protección.  Mientras que otros, también por razones desconocidas, viven en una relativa calma, aparentemente ignorantes de su frágil existencia. Al igual que los amigos de Job, creen que nada malo les pasará, a menos que hagan algo para merecerlo.

Es por ello que debemos estar conscientes, y a partir los principios que aprendemos de la historia de Job, entender que Dios permite algunas veces que a las personas buenas les sucedan cosas malas. No obstante hemos de entender, que nada tiene el poder de destruir a aquellos que confían en Cristo (2 Corintios 4:9). Ningún desastre puede separarnos del amor de Dios.

  1. El amor de Dios sigue en pie, aun cuando todo lo demás haya caído.
  2. Nadie, ni siquiera el más grande desastre nos puede separar del amor de Dios.

HG/MD

“Más bien, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.  Por lo cual estoy convencido de que ni la muerte ni la vida ni ángeles ni principados ni lo presente ni lo porvenir ni poderes, ni lo alto ni lo profundo ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Romanos 8:37-39)