Lectura: 1 Corintios 9:19-27

El apóstol Pablo hablaba en serio sobre el evangelio. Se entregó a la tarea de servir a Dios con la misma dedicación que un atleta se dedica a la preparación para la competición. Mientras que los atletas entrenan para un premio temporal, Pablo sufrió enormes dificultades para ganar una recompensa eterna.

A pesar de haber experimentado varios años de ministerio fructífero, el apóstol tenía todas las razones para renunciar a su tarea.   En cinco ocasiones se había sentido el ardor punzante de 39 latigazos de cuerdas de cuero que desgarraron su carne (2 Cor. 11:24). Él también fue golpeado, apedreado, y naufragó, tuvo que soportar el hambre, sed, frío, y muchos otros problemas (vv.25-27).

El cuerpo de Pablo debe haber querido rebelarse cada vez que se preparaba para ir a otro lugar de servicio. Me imagino que le decía: “Mira, Pablo, estoy cansado y lastimado. He hecho lo suficiente. ¿Por qué insistes en esos actos demenciales de amor por estas personas tan poco dispuestas a cambiar? No hay manera de que vaya a correr el riesgo tener más dolor. No piensas que es hora de retirarse”

Pero Pablo había disciplinado su cuerpo: “Sé que te duele, me gustaría complacerte. Pero por el evangelio, por el reino de Cristo y por el mismo Jesucristo, tengo que seguir adelante. Y no puedo seguir sin ti. ¡Así que vamos!”

Pablo hizo su cuerpo estuviera a servicio y que fuera siervo del evangelio. ¿Estamos tan decididos a servir a Cristo, así como Pablo lo hizo?

1. ¿Alguna vez has sentido que quieres renunciar a tu llamado? ¿Dónde encontró Jesús la fuerza para continuar con Su ministerio? (Mateo 14:13,23, 26:36-44).

2.  Cuando estás trabajando para Jesús, siempre es demasiado pronto para renunciar.

NPD/HWR