Mártires de la Fe

Este emperador era hijo de Julio Constancio, y sobrino de Constantino el Grande. Estudió las bases de la gramática bajo la inspección de Mardonio, un eunuco pagano de Constantinopla.
Su padre le envió algún tiempo después a Nicomedia, para que fuera instruido en la religión cristiana por el obispo Eusebio, su pariente, pero sus principios estaban corrompidos por las perniciosas enseñanzas de Ecebolio el retórico, y del mago Máximo.
Al morir Constantino en el año 361, Julián le sucedió, y tan pronto llegó a la dignidad imperial renunció al cristianismo y abrazó el paganismo, que durante algunos años había caído en general desfavor. Aunque restauró el culto idólatra, no emitió ningún edicto público contra el cristianismo. Llamó de nuevo a todos los paganos desterrados, permitió el libre ejercicio de la religión a todas las sectas, pero privó a todos los cristianos de cargos en la corte, en la magistratura o en el ejército. Era casto, templado, vigilante, laborioso y piadoso; pero prohibió a todos los cristianos mantener escuelas o seminarios públicos de enseñanza, privando a todo el clero cristiano de los privilegios que les había concedido Constantino el Grande.
El obispo Basilio se hizo famoso al principio por su oposición al arrianismo, lo que atrajo sobre él la venganza del obispo arriano de Constantinopla. De la misma manera se opuso al paganismo. En vano los agentes del emperador trataron de influir sobre Basilio mediante promesas, amenazas y potros; se mantuvo firme en la fe, y fue dejado en la cárcel para que padeciera otros sufrimientos cuando el emperador llegó accidentalmente a Ancyra. Julián decidió
interrogarle él mismo, y cuando aquel santo varón fue hecho comparecer ante él, hizo todo lo posible para disuadirle de que perseverara en la fe. Basilio, sin embargo, no sólo se mantuvo tan firme como siempre, sino que con espíritu profético predijo la muerte del emperador, y que sería atormentado en la otra vida. Encolerizado por lo que había oído, Julián ordenó que el cuerpo de Basilio fuera desgarrado cada día en siete diferentes partes, hasta que su piel y carne quedaran totalmente destrozados. Esta inhumana sentencia fue ejecutada con rigor, y el mártir expiró bajo su dureza el 28 de junio del 362 d.C.
Donato, obispo de Arezzo, e Hilarino, un eremita, sufrieron alrededor del mismo tiempo; asimismo Gordiano, un magistrado romano. Artemio, comandante en jefe de las fuerzas romanas en Egipto, fue privado de su mando por ser cristiano, luego le fueron confiscados los bienes, y finalmente fue decapitado.
Esta persecución persistió de manera terrible durante el final del año 363; sin embargo, debido a que muchos detalles no nos han sido transmitidos, será necesario señalar en general que en Palestina muchos fueron quemados vivos, otros fueron arrastrados por los pies por las calles, desnudos, hasta expirar, algunos fueron hervidos hasta morir; muchos apedreados, y grandes números de ellos apaleados en la cabeza con garrotes hasta derramarles los sesos. En Alejandría fueron innumerables los mártires que sufrieron por la espada, el fuego, la crucifixión y la lapidación. En Arethusa, varios fueron destripados, y, poniendo maíz en sus vientres, fueron entregados a los cerdos, los cuales, al devorar el grano, también devoraban las entrañas de los mártires; en Tracia, Emiliano fue quemado en la hoguera, y Domicio asesinado en una cueva, a la que había huido para ocultarse.

El emperador, Julián el apóstata, murió de una herida recibida en su expedición contra Persia, en el 363 d.C., y mientras expiraba lanzó las más horrendas blasfemias. Fue sucedido por Joviano, que restauró la paz de la Iglesia.

Después de la muerte de Joviano, Valentiniano sucedió en el imperio, asociándose a Valente, que tenía el mando de oriente, y que era arriano, y con una disposición implacable y perseguidora.

Fuente: El libro de los Mártirez, por Jhon Foxe.