Lectura: 2 Crónicas 26:1-23

Siempre es triste ver a una persona que aunque inicia bien su vida, luego de un tiempo se desvía del buen camino, y en muchas ocasiones termina mal.  Este es el caso del rey Uzías.

Siendo muy joven, con escasos 16 años lo nombraron rey; a pesar de ello leemos en las escrituras lo siguiente: “Él hizo lo recto ante los ojos del Señor…Se propuso buscar a Dios en los días de Zacarías…y en el tiempo en que buscó al Señor, Dios lo prosperó” (2 Cró.26:4-5).  Debido a esto su fama se divulgó y su ejército se hizo más fuerte (v.8), estaba compuesto por 307.500 guerreros que lo ayudaron a derrotar a sus enemigos. (vs.12-13).

Desgraciadamente, a Uzías no le cayó muy bien esta prosperidad en su vida, tal como lo leemos en el verso 16: “Cuando Uzías se hizo fuerte, su corazón se enalteció hasta corromperse”.  Como muchos otros, Uzías no se acordó de Aquel a quien debía sus éxitos, y no escuchó a los sacerdotes liderados por Azarías, quien junto con muchos hombres valientes lo enfrentaron y aconsejaron para que cambiara su manera de ser y sus decisiones; pero él pecó contra Dios al quemar incienso en el templo, una función exclusiva de los sacerdotes. La consecuencia para Uzías, fue una lepra que le acompañó hasta su muerte (v.19-21).

  1. Para terminar bien nuestra vida, debemos evitar a toda costa tener un corazón enaltecido y orgulloso, que no reconoce al Señor como el dador de las bendiciones que disfrutamos. Es por ello necesario buscarle, ser obediente y darle gracias por los favores inmerecidos que nos ha brindado.
  2. Si llenas tu vida de orgullo, seguro te dará una indigestión espiritual.

HG/MD

“Antes de la quiebra está el orgullo; y antes de la caída la altivez de espíritu”  (Proverbios 16:18).