Lectura: Juan 6:47-51

Me contaba un amigo que él y su esposa llevaron a sus hijos a un parque de diversiones muy famoso.  Al final de uno de los días que estuvieron disfrutando de las atracciones del parque, sus hijos estaban en extremo cansados y hambrientos.

Cuando se iban, pasaron por un puesto de dulces y su hija le pidió que le comprase un algodón de azúcar, esta sería la primera vez que comería ese tipo de dulces.  El papá le insistió que irían a comer buena comida en unos minutos, pero ella no le quiso escucharle, por lo que decidió él invertir un poco de dinero, para enseñarle una lección a su hija.

Su hija obtuvo el algodón de azúcar que le rogó que comprase.  Sin embargo, tan pronto lo mordió, descubrió que no había “nada” en él (por la naturaleza esponjosa de este tipo de dulces).  Finalmente se lo devolvió y le dijo: “¡Papi, no es de verdad!”.  Sabía que tenía hambre y aprendió que el algodón de azúcar promete algo que no puede dar.

Interiormente todos nosotros estamos muy hambrientos Sigmund Freud creía que la gente tiene hambre de amor.  Karl Jung insistía en que lo que anhelamos es seguridad.  Alfred Adler sostenía que lo que buscamos es significación.  Pero Jesús dijo: “Yo soy el pan de vida” (Juan 6:48).  Jesús estaba diciendo que si queremos satisfacer el hambre más profunda de nuestra vida, tenemos que acudir a Él para que nos llene.  Sabía que de lo que estamos realmente hambrientos y sedientos es de Él y no de una solución temporal y vacia.

  1. No te conformes con algodón de azúcar espiritual, cuando Cristo puede llenar el vacío de tu vida.

 

  1. Sólo el Pan de Vida puede satisfacer nuestra hambre espiritual.

 

NPD/HWR