Lectura: Gálatas 3:19-25

Eran los días previos a las celebraciones navideñas, cuando una organización atea alquiló un espacio publicitario que estaba al lado de una iglesia. El rótulo decía en letras muy llamativas: “En esta época de celebración, que prevalezca la razón, no hay dioses, ni diablos, ni cielo, ni infierno.  Sólo existe el mundo material.   Las iglesias sólo sirven para esparcir mitos y supersticiones,  que esclavizan las mentes débiles”.

En la parte trasera de la valla publicitaria se indicaba la advertencia: “NO ROBAR”.  Esa es una de las advertencias mencionadas en los diez mandamientos, lo cual resulta muy irónico, pues la gente que no cree en Dios o en sus principios, estaba usando una de sus leyes para impedir que alguien les robara.

Si no hubiera Dios que establezca la diferencia superior entre el bien y el mal, ese mandamiento sería una directriz humana que no tiene peso en sí misma, pues otro humano podría tener un pensamiento contrario y sería igual de válido.

El Señor nos dio directrices y principios con el fin de mostrarnos nuestra maldad (por ejemplo robar, mentir, maldecir, etc.) y nuestra necesidad de perdón (Gál.3:24).  También, hace más de 2000 años nació en Belén y vivió entre nosotros, para que pudiéramos ser justificados por la fe en Él.  Esas palabras detrás del cartel, hablaban más fuerte que la declaración que tenía al frente y daban un testimonio sencillo y poderoso de la necesidad que tenemos de un Salvador.

  1. Cada día debemos dar las gracias a Dios, porque por medio de las leyes y principios que quebrantamos, nos muestra nuestra que necesitamos de su amor y perdón.
  2. El amor de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros, en las lejanas tierras de un país llamado Israel.

HG/MD

“De manera que la ley ha sido nuestro tutor para llevarnos a Cristo, para que seamos justificados por la fe”  Gálatas 3:24