Lectura: Romanos 12:1-8

Hace ya muchos años conocí a una pareja que habían sido misioneros pioneros en África. Cuando vi la presentación de su gran labor en el campo, en medio de grandes limitaciones,  hablé con ellos, y concluí que eran personas que habían realmente puesto sus cuerpos en el altar de Dios.

Mientras admiramos la dedicación desinteresada de estas personas, no nos olvidemos que las palabras de Romanos 12: 1-2 se dirigen también a todos nosotros.

Nuestra dedicación para servir a Dios comienza con un compromiso decisivo.  Pero así como la perseverancia y cuido de los votos que se toman en una ceremonia de boda requieren recordatorios continuos y nuevos compromisos.  El transcurrir de nuestro andar con el Señor también implica tener conciencia momento a momento de la promesa que hicimos de mantener nuestra integridad y relación espiritual con Dios, así como un buen testimonio para con nuestros semejantes.

Estos recordatorios son necesarios porque el sistema del mundo apela sin cesar a nuestro egoísmo y orgullo inherente.  Por lo que a través de una actitud de continua de sumisión ante Dios,  nuestros corazones y nuestras vidas serán transformadas por el poder de Dios.  Sólo entonces sabremos con certidumbre lo que proviene de Dios, cuál es el camino correcto,  y empezaremos a conocer la voluntad de Dios la cual es “buena, agradable y perfecta.” (v.2).  Esto nos permite vivir día a día con confianza, con alegría, y con sacrificio.

1. ¿Eres un sacrificio vivo? ¿Mis pensamientos, palabras y acciones están conscientemente sometidos a la voluntad de Dios?

2. Al vivir para Cristo, debemos morir a nosotros mismos.

NPD/HVL