Lectura: Romanos 8:1-17

En realidad la vida cristiana no es difícil de vivir… ¡Es imposible! De hecho, tan sólo una persona en la historia la ha vivido a la perfección: nuestro Señor Jesús.

No obstante, no debemos poner como excusa esta realidad, para disculpar nuestros fallos, ya que el mismo Señor nos ha provisto de un remedio para sobrellevar las dificultades que enfrentamos diariamente.  Cuando Jesús, volvió a su Padre, nos mandó al Espíritu Santo para ayudarnos, y al profundizar en esta relación con Dios, el Espíritu Santo es quien nos capacitará para vivir una vida que agrade a nuestro Señor (Rom.8:2-4; Juan 14:15-17; Juan 15:4-5).

En un boletín de una iglesia se leía la siguiente oración un tanto particular: “Hasta ahora Señor, en el día de hoy, todo lo he hecho bien.  No he chismeado, no he perdido la compostura, no he sido codicioso, ni malhumorado, desagradable, egoísta, o demasiado indulgente.  Te doy las gracias por todo ello.  Pero en unos minutos Señor, voy a levantarme de la cama.  Y desde ese momento en adelante, voy a necesitar de mucha ayuda”.

Usar nuestra debilidad como razón para pecar no es justificación válida, el apóstol Pablo lo describe de una manera muy clara en Romanos 6:1-2: “¿Qué, pues, diremos? ¿Permaneceremos en el pecado para que abunde la gracia?  ¡De ninguna manera! Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos todavía en él?”.

Todos los que hemos nacido de nuevo tenemos al Espíritu Santo, pero quizás aún te estés preguntando: ¿Qué ocurría en nuestras vidas, que no podría suceder sin el Espíritu Santo? La respuesta inmediata es: ¡Nada! El creyente necesita al Espíritu Santo para ¡TODO!

  1. Puedes estar seguro de que en cualquier situación que enfrentes hoy, no estarás sólo si has confiado en Jesús como tu Salvador Personal.
  2. Sin la dirección del Espíritu Santo el creyente no hará nada que agrade a Dios.

HG/MD

“Yo soy la vid, ustedes las ramas. El que permanece en mí y yo en él, este lleva mucho fruto. Pero separados de mí nada pueden hacer.” (Juan 15:5)