Lectura: Lucas 9:28-29; 34-42

Hoy hace 65 años, un 29 de mayo de 1953, Sir Edmont Hillary, logró una hazaña que hasta ese momento era imposible, llegar a la cima del pico más alto de la tierra, el Monte Everest.  En un documental se decía que el ser considerado como héroe en Nepal, no se debía al hecho de haber estado en la cima del mundo, sino en lo que hizo cuando bajó.

Luego de subir con su compañero de alpinismo el sherpa Tenzing Norgay, Edmond pasó las siguientes cinco décadas de su vida, ayudando a construir escuelas, hospitales y puentes para la comunidad Sherpa de Nepal.

El contraste entre el momento por el cual es recordado Hillary, es muy interesante; algunos lo recuerdan por su hazaña de valor y coraje, mientras que otros lo recuerdan con amor gracias a su servicio por un pueblo necesitado.  Esto puede hacernos recordar la experiencia que vivieron las personas que fueron testigos de la trasfiguración de Jesús en un monte alto (Mateo 17:1; Lucas 9:28-36).  Fue un increíble cúmulo de bendiciones, poder haber visto la manifestación gloriosa de nuestro Señor y haber oído desde lo alto: “Este es mi Hijo, el Escogido. A él oigan” (Lucas 9:35).

Pero Jesús no se quedó en la cima, Él bajó hasta donde se encontraban las multitudes y liberó a un muchacho de un espíritu inmundo; estaba decidido a seguir su camino que lo llevaría a enfrentar la muerte voluntaria en una cruenta cruz en Jerusalén, y así cumplir con lo que estaba dispuesto en el plan de Dios para poder traernos salvación.

  1. Jesús les dijo a sus discípulos “…Porque el que es más pequeño entre todos ustedes, este es el más importante” (Lucas 9:48). La vida de nuestro Señor es una muestra de que la verdadera grandeza se encuentra en el servicio humilde a Dios y a los demás.
  2. Te desafiamos esta semana, a realizar un acto desinteresado de amor por una persona que no lo espera.

HG/MD

“Así que, hermanos, les ruego por las misericordias de Dios que presenten sus cuerpos como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, que es el culto racional de ustedes.” (Romanos 12:1)