Lecturas: Romanos 7:14-8:25 / 1 Corintios 15:35-58

Por medio de la historia nos hemos enterado que muchos de los emperadores romanos eran hombres crueles a la hora de infringir castigos. A través de los historiadores se nos cuenta sobre uno de estos castigos, el cual consistía en atar sobre la espalda del homicida, el cadáver de la persona a la que había asesinado.  No se permitía desatar el cadáver, y si alguien se atrevía a hacerlo era condenado a pena de muerte.

Esta espantosa práctica nos recuerda las palabras del apóstol Pablo en Romanos 7.  Es como si Pablo mismo hubiera sentido que tenía algo muerto atado a sí mismo, y que lo acompañaba dondequiera que fuese. En este capítulo Pablo expresa la experiencia de todo creyente.

Anhelamos la pureza y la santidad, pero nos sentimos atados al “cuerpo muerto” de la carne que aún nos amarra a este mundo.  Aunque somos nuevas criaturas en Cristo, como dice 1 Cor.15:44, aún conservamos nuestro “cuerpo natural”, y este cuerpo es “corruptible”  1 Cor.15:50.  Eso es lo que nos hace clamar como el apóstol “¡Miserable hombre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Rom.7:24).

En el capítulo 8:1, Pablo contesta a la pregunta que acabamos de ver: ¡Nuestro Señor es la respuesta! (“Ahora pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús”).   El mismo Señor da la mejor herramienta para luchar contra la “carne – cuerpo natural”, y seguir la voluntad de Dios; es el Espíritu Santo que mora en nosotros (Rom.8:9).  Un día seremos liberados de estos cuerpos naturales y tendremos cuerpos espirituales, tal como lo dice 1 Cor.15:53 “Porque es necesario que esto corruptible sea vestido de incorrupción, y que esto mortal sea vestido de inmortalidad” y lo reafirma Romanos 8:23 “Y no solo la creación sino también nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos aguardando la adopción como hijos, la redención de nuestro cuerpo”.

  1. Así que en realidad el creyente no tiene excusa para decir que está sólo en la lucha contra sus deseos pecaminosos, tiene al Espíritu Santo de su lado para salir victorioso.
  1. El Señor nos libró de la pena del pecado y el Espíritu Santo nos libra de su poder.

HG/MD

“Y cuando esto corruptible se vista de incorrupción y esto mortal se vista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: ¡Sorbida es la muerte en victoria! ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?” – 1 Corintios 15:54-55