Lectura: Romanos 2:17-24

Muy comúnmente a los creyentes se nos invita a limitar lo que decimos debido que es más importante lo que hacemos.  Podemos decir lo mismo en las siguientes palabras: “No permitas que tu conducta contradiga la fe que dices seguir”.  Otros lo han escrito de las siguientes maneras: “Debemos estar seguros que existe coincidencia entre nuestra vida y lo que dice nuestra boca”.

El principio detrás de estas frases es muy importante debido a que, si nuestra conducta no está en armonía con nuestra fe, ello invalida el testimonio del evangelio que presentamos y en el cual creemos.

Esto va más allá del mero hecho de ser “buenas personas o hacer buenas obras”, pues esas obras deben ser el resultado de nuestra creciente relación con Dios y además de servir como evidencia de nuestra fe en Jesús: “Porque por gracia son salvos por medio de la fe; y esto no de ustedes pues es don de Dios.  No es por obras, para que nadie se gloríe.  Porque somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para hacer las buenas obras que Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas”. (Efesios 2:8-10)

Una vez aclarado este punto podemos decir que si nuestra vida no es un testimonio, nuestro testimonio no tendrá vida.   Podríamos ser expertos en explicar el evangelio; no obstante, la explicación más clara no bastará a menos que nuestra vida muestre el carácter y prioridades de Jesús.  El apóstol Pablo lo dice explícitamente en 1 Corintios 11:1 “Sean ustedes imitadores de mí; así como yo lo soy de Cristo”.  El respaldaba con su testimonio lo que decía: “Lo que aprendieron, recibieron, oyeron y vieron en mí, esto hagan; y el Dios de paz estará con ustedes” (Filipenses 4:9).

  1. Rutinariamente debemos hacernos un autoexamen para verificar si la fe que decimos profesar está respaldada por nuestras acciones.
  1. El mundo te está mirando: ¡actúa como Jesús!

HG/MD

“Sean ustedes imitadores de mí; así como yo lo soy de Cristo” (1 Corintios 11:1)