Lectura: Proverbios 15:1-18

Mientras daba un discurso, un juez penal fue atacado por un hombre que estaba muy enojado.  Cuando le preguntaron a esta persona la razón por la cual había atacado al magistrado, dijo que lo golpeó debido a las decisiones que había tomado como miembro de un Tribunal Superior al que pertenecía.  Por ejemplo, dijo: “este juez es responsable de que en mi sala entren malas palabras por medio de la Televisión”, continuó diciendo, “la única forma en que puedo detener esto es yendo a la fuente”. Justamente es en este aspecto donde se equivocó.

Como cualquier persona que viva en un país donde existe libertad de expresión, este hombre tenía el derecho de expresar sus opiniones sobre un asunto en particular.  Podríamos considerar que también estaba en su derecho de enojarse al creer que la decisión de este Tribunal Superior fomentaba la inmoralidad.  No obstante, la manera en la cual eligió expresar su disgusto fue incorrecta, hasta el punto de igualarse con la desacertada decisión del Tribunal.

En nuestra lectura devocional nos encontramos con el siguiente pasaje: “Enójense, pero no pequen; no se ponga el sol sobre su enojo” (Efesios 4:26).  Es un hecho; lo que otros dicen y hacen puede provocar nuestro enojo y en algunos casos sí que debería enojarnos.  Pero el asunto es que debemos tener mucho cuidado de no reaccionar exageradamente, y perder el control; pues nuestro enemigo verdadero no es necesariamente físico, tal como lo expresa el apóstol Pablo, en 2 Corintios 10:3-4 que dice que aunque andamos en la carne, no luchamos según la carne.

  1. Entonces, ¿deben los creyentes enojarse alguna vez? Por supuesto. Pero ello no implica permitir que nuestra ira se manifieste mediante violencia o palabras deshonestas.  Llevar a la acción dos malas decisiones juntas, no las convierten en una buena decisión.
  2. No es pecado enojarse, siempre y cuando uno se enoje contra el pecado.

HG/MD

“Enójense, pero no pequen; no se ponga el sol sobre su enojo” (Efesios 4:26).