Lectura: Salmos 37:21-29

Era el año 1988, la ciudad Calgary, la ocasión los XV Juegos Olímpicos de Invierno. El patinador Paul Wylie, esperaba nervioso el turno para iniciar su rutina, frente a los 20000 espectadores y millones de televidentes que seguían estos juegos.

Estaba tan nervioso que luego de hacer su primera acrobacia, algo salió mal.  Wylie lo describió de la siguiente forma: “Un instante después, mi mano tocó el hielo; la cuchilla no me aguantó.  Empecé a resbalar y me di cuenta que estaba cayendo.  Todo lo que escuché mientras caía al hielo fue un quejido empático de lo que parecía ser un millón de voces”.

Este competidor olímpico tenía una difícil decisión que debía ser tomada en tan sólo segundos: centrarse en su error y darse por vencido, o levantarse, seguir patinando y continuar con el resto de la rutina. Cuenta él, que en ese momento le vino a su mente el siguiente versículo: “Si cae, no quedará postrado porque el Señor sostiene su mano” (Salmos 37:24); decidió continuar y hacer su mejor esfuerzo, tal y como el Señor espera de todos sus hijos (Col.3:23).  Cuando terminó su presentación el público en el Gimnasio se puso de pie y estalló en júbilo, aplaudiéndole por su coraje.

Al igual que este deportista, cuando los creyentes en Jesús nos enfrentamos a algún revés, como la muerte de un ser querido, la pérdida de un trabajo, dificultades familiares, la falta de reconocimiento por nuestro esfuerzo en el trabajo, o la vergüenza por algún pecado que cometimos; lo verdaderamente importante es seguir adelante reconociendo nuestro error y aferrarnos al Señor, reafirmando con ello nuestra fe.

  1. El éxito no consiste solamente en levantarnos, sino también en aprender de las veces en las que hemos caído.

 

  1. Si bien es cierto podemos equivocarnos, con Cristo a nuestro lado nos será más fácil recobrar las fuerzas para seguir adelante, reconocer nuestros errores y arrepentirnos.

HG/MD

“Si cae, no quedará postrado porque el Señor sostiene su mano” (Salmos 37:24)