Mártires de la Fe

En la tercera persecución, Plinio el Joven, hombre erudito y famoso, viendo la lamentable matanza de cristianos, y movido por ella a compasión, escribió a Trajano, comunicándole que había muchos miles de ellos que eran muertos a diario, que no habían hecho nada contrario a las leyes de Roma, por lo que no merecían persecución. «Todo lo que ellos contaban acerca de su crimen o error (como se tenga que llamar) sólo consistía en esto: que solían reunirse en determinado día antes del amanecer, y repetir juntos una oración compuesta en honor de Cristo como Dios, y a comprometerse por obligación no ciertamente a cometer maldad alguna, sino al contrario, a nunca cometer hurtos, robos o adulterio, a nunca falsear su palabra, a nunca defraudar a nadie; después de lo cual era costumbre separarse, y volverse a reunir después para participar en común de una comida inocente.»
En esta persecución sufrieron el bienaventurado mártir Ignacio, que es tenido en gran reverencia entre muchos. Este Ignacio había sido designado al obispado de Antioquia, siguiendo a Pedro en sucesión. Algunos dicen que al ser enviado de Siria a Roma, porque profesaba a Cristo, fue entregado a las fieras para ser devorado. También se dice de él que cuando pasó por Asia [la actual Turquía], estando bajo el más estricto cuidado de sus guardianes, fortaleció y
confirmó a las iglesias por todas las ciudades por donde pasaba, tanto con sus exhortaciones como predicando la Palabra de Dios. Así, habiendo negado a Esmirna, escribió a la Iglesia de Roma, exhortándoles para que no emplearan medio alguno para liberarle de su martirio, no fuera que le privaran de aquello que más anhelaba y esperaba. «Ahora comienzo a ser un discípulo.
Nada me importa de las cosas visibles o invisibles, para poder sólo ganar a Cristo. ¡Que el fuego y la cruz, que manadas de bestias salvajes, que la rotura de los huesos y el desgarramiento de todo el cuerpo, y que toda la malicia del diablo vengan sobre mí; ¡sea así, si sólo puedo ganar a Cristo Jesús!» E incluso cuando fue sentenciado a ser echado a las fieras, tal era el ardiente deseo que tenía de padecer, que decía, cada vez que oía rugir a los leones: «Soy el trigo de Cristo; voy a ser molido con los dientes de fieras salvajes para que pueda ser hallado pan puro».
Adriano, el sucesor de Trajano, prosiguió esta tercera persecución con tanta severidad como su sucesor. Alrededor de este tiempo fueron martirizados Alejandro, obispo de Roma, y sus dos diáconos; también Quirino y Hermes, con sus familias; Zeno, un noble romano, y alrededor de diez mil otros cristianos.
Muchos fueron crucificados en el Monte Ararat, coronados de espinas, siendo traspasados con lanzas, en imitación de la pasión de Cristo. Eustaquio, un valiente comandante romano, con muchos éxitos militares, recibió la orden de parte del emperador de unirse a un sacrificio idolátfico para celebrar algunas de sus propias victorias. Pero su fe (pues era cristiano de corazón) era tanto más grande que su vanidad, que rehusó noblemente. Enfurecido por esta
negativa, el desagradecido emperador olvidó los servicios de este diestro comandante, y ordenó su martirio y el de toda su familia.
En el martirio de Faustines y Jovitas, que eran hermanos y ciudadanos de Brescia, tantos fueron sus padecimientos y tan grande su paciencia, que el Calocerio, un pagano, contemplándolos, quedó absorto de admiración, y exclamó, en un arrebato: « ¡Grande es el Dios de los cristianos! », por lo cual fue prendido y se le hizo sufrir pareja suerte.
Muchas otras crueldades y rigores tuvieron que sufrir los cristianos, hasta que Quadratus, obispo de Atenas, hizo una erudita apología en su favor delante del emperador, que estaba entonces presente, y Arístides, un filósofo de la misma ciudad, escribió una elegante epístola, lo que llevó a Adriano a disminuir su severidad y a ceder en favor de ellos.
Adriano, al morir en el 138 d.C., fue sucedido por Antonino Pío, uno de los más gentiles monarcas que jamás minara, y que detuvo las persecuciones contra los cristianos.

Fuente: “El Libro de los Mártires”, Jhon Foxe