Lectura: Gálatas 6:7-14

Luego de un concierto, una mujer se acercó a un violinista famoso y le dijo con mucha emoción: “Daria mi vida por tocar como usted”.  El hombre le contestó a la mujer esbozando una pequeña sonrisa en su rostro: “Eso es exactamente lo que hice”. El experimentado violinista había hecho un gran sacrificio de tiempo, dinero, sacrificio y deseos personales, con tal de alcanzar tal nivel de excelencia.

En lo espiritual sucede de una forma similar. Si queremos alcanzar madurez en nuestra vida cristiana, debemos estar dispuestos a renunciar al yo.

Al analizar el versículo que Pablo escribe a los Gálatas en el capítulo 6 verso 14, podemos ver tres crucifixiones: la primera, la de Cristo, su muerte sustitutiva en la cruz nos brindó vida.   La segunda cruz la encontramos en la crucifixión del mundo, como creyentes debemos rechazar sus placeres, tesoros mal habidos y las cosas que sólo alimentan nuestra vanidad.  Y en tercer lugar, los creyentes hemos sido crucificados y ya no debemos responder al yo.

Entonces recapitulando, la primera crucifixión hace referencia a la base de nuestra salvación, la segunda es el resultado de nuestra salvación y la tercera nos muestra la puesta en práctica de esa salvación día tras día. Así que si entendemos esto podemos decir como Pablo: “Pero lejos esté de mí el gloriarme sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por medio de quien el mundo me ha sido crucificado a mí y yo al mundo” (Gál.6:14). Cuando entendemos esto, podemos sin duda empezar a crecer diariamente al lado de nuestro Señor.

  1. El Señor Jesús pagó el precio de mi salvación y por ello debemos estar eternamente agradecidos.
  1. La excelencia no es sencilla, implica que debemos dar lo mejor de nosotros. “Porque es mejor que padezcan haciendo el bien, si la voluntad de Dios así lo quiere, que haciendo el mal” (1 Pedro 3:17)

HG/MD

“Con Cristo he sido juntamente crucificado; y ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en la carne, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios quien me amó y se entregó a sí mismo por mí.” (Gálatas 2:20).