Lectura: 2 Corintios 10:1-18

Te desafiamos a hacer la siguiente prueba. Trata de definir la palabra orgullo usando la misma palabra para describirla.  ¿Te resultó difícil verdad?  No puedes explicar un término comparándolo consigo mismo, por ejemplo: “Ser orgulloso es estar lleno de orgullo”.

Es un hecho que no puedes describir una palabra inventando tu propia definición cuando ya existe en el diccionario.  Puede que te hayas entretenido al jugar “¿quién inventa el significado más cómico para una palabra desconocida?”  Este juego implica que además de divertirse, gana quien más se acerca a lo que verdaderamente significa la palabra.

La realidad de que existen ya definiciones de las palabras en el diccionario, también aplica para la evaluación del carácter propio.  En la porción de la Escritura, que leímos hoy en 2 Corintios 10, el apóstol Pablo mostró la necedad del ser humano al juzgar su propio carácter utilizando opiniones propias (vv.12-18). Caeríamos en un error si tratáramos de evaluarnos a nosotros mismos trazando nuestras propias directrices.  La solución para este problema es usar la medida de Dios.  Él evalúa nuestras normas por medio de su carácter inmutable y sus propósitos.  Lo que somos es lo que el Señor permite que seamos.

  1. Al hacer un recuento de nuestras vidas y lo que hemos hecho al servicio de nuestro Señor, no debemos ser prestos a alabarnos a nosotros mismos debido a nuestros “logros” humanos. La verdadera prueba es si realmente  somos personas a quienes Dios usa (v.18).

 

  1. Si quieres ver cómo eres realmente, dale un vistazo a Jesús.

HG/MD

“Porque no es aprobado el que se recomienda a sí mismo sino aquel a quien Dios recomienda” (2 Corintios 10:18).