Lectura: Salmos 66:8-16

Un antiguo refrán dice lo siguiente: “Las grandes aflicciones son para el alma como la lluvia copiosa para la casa”.  En realidad no sabemos a ciencia cierta que hay agujeros en el techo de nuestra casa, hasta que llega la lluvia, y vemos las goteras por aquí y por allá.

Lo mismo sucede con nosotros, ya que en ocasiones guardamos áreas que no hemos entregado a la voluntad de Dios hasta que llegan las tormentas de la aflicción.  Cuando esto ocurre empiezan a notarse fácilmente la incredulidad, la impaciencia y el temor goteando por muchos lugares de nuestras vidas.

Esta es una gran verdad, cuando aparecen las aflicciones, la forma en la cual nos comportamos comprueban y muestran la clase de creyentes que somos.  Cuando los problemas se asoman a nuestra vida, se evidenciarán los defectos en nuestra armadura.

Cuando la angustia visita nuestra vida, es una buena oportunidad para que nuestro ego sea golpeado y puesto de rodillas, y podamos decir como el salmista: “¡Sálvame, oh Dios, porque las aguas han entrado hasta mi alma!” (Salmos 69:1).  En el momento que estos tiempos aparezcan no nos debemos paralizar, ya que lo que debemos entender es que nuestro Padre permite que las olas de los problemas vengan, no para ahogarnos, sino para limpiarnos y ayudarnos a ver los lugares dónde se necesitan reparaciones.

Por medio de la fe, oración y la rendición al Espíritu Santo, seremos reparados por nuestro Creador.

  1. Si hoy estas pasando por una tormenta, si estás angustiado por una circunstancia compleja de la cual no ves la solución, debes considerar que Dios está permitiendo que pasen para que aprendas una valiosa lección, que debes ser obediente a Su Palabra y dócil a Su voluntad.

 

  1. Pide a Dios que te muestre las áreas de tu vida que aun necesitan ser controladas por el Espíritu Santo, y sobre todo sé humilde y valiente para aceptar los cambios que necesitas hacer.

HG/MD

“Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo” (Isaías 43:2a).