Lectura: Salmos 138:1-8

Unos amigos recién casados pasaron por muchos problemas en sus primeros años de matrimonio. Al inicio ella era muy dependiente de su esposo, en lugar de depender de Dios, creía que podía hallar seguridad y fortaleza en él, se preguntaba: “¿y qué pasará si él muere, como haré para criar a una familia? o ¿si no le gusta lo que cocine hoy, irá tras otra?”.  Esas y muchas otras interrogantes pasaban por su mente.

Su esposo consiguió un trabajo que le demandaba salir de viaje muchas veces al año, pero ella no mejoró, se volvió más insegura, trataba de reducir los riesgos en su vida e incluso llegó al extremo de limitar sus salidas para no exponerse a posibles accidentes.  Creía que con eso tenía el control de las cosas y nunca se acordó de su Señor.

Finalmente tocó fondo, ya no podía seguir más y recordó una lección que había aprendido siendo niña, que hablaba de David y su dependencia de Dios, la lección utilizaba el Salmo 138:3: “El día que clamé, me respondiste; me fortaleciste con vigor en mi alma”. Fue entonces cuando clamó a Dios y Él le contestó, le hizo entender que todo está bajo su control; ella comprendió que debía fortalecer su relación con Dios y depender más de Él.

  1. Recuerda, el control siempre lo ha tenido Dios.
  2. Si quieres vencer tus temores, entrégalos a tu Señor.

HG/MD

“El día que clamé, me respondiste; Me fortaleciste con vigor en mi alma.” (Salmo 138:3