Lectura: Hageo 2:10-19

La santidad es un trabajo duro. Ese es uno de los mensajes del libro de Hageo, el profeta que motivó a los exiliados a que regresaran a Jerusalén para reconstruir el templo.

Hageo dio un interesante ejemplo de un israelita que llevaba carne consagrada en su vestimenta para ser usada en el templo. La prenda era considerada sagrada, debido a lo que se estaba haciendo con ella, sin embargo la santidad no podía ser transferida a otro objeto (Hageo 2:12). En contraste, la impureza ceremonial contaminaría todo lo que tocara (Hageo 2:13).

Eso nos dice algo sobre el cuidado con el que debemos vivir en este mundo. Somos fácilmente manchados por la inmundicia que se extiende a nuestro alrededor todos los días. Es un similar a lo que sucede con los niños pequeños. Ellos siempre llegan a casa más sucios, que cuando se fueron. La suciedad,  la hierba, y la grasa de la bicicleta todos parecen adherirse a los niños activos. La única manera de mantenerlos limpios es mantenerlos lejos de la suciedad, cosa que es un tanto difícil.

Cuando los niños se ensucian, se les puede limpiar. Pero la gente de la época de Hageo había profanado su santidad, por medio de la desobediencia y el egoísmo. El profeta dijo que su limpieza se iniciaría cuando respondieran al mensaje divino y volvieran a poner de nuevo a Dios como prioridad en sus vidas. Entonces, como el versículo 19 explica el favor de Dios regresaría. La santidad llevaría a la bendición.

1. La obediencia a Dios es difícil, pero vale la pena.

2. Un pequeño paso de obediencia es un paso de gigante hacia la bendición.

NPD/DB