Lectura:  Filipenses 1:21-30

Hace más de 35 años, mi familia se mudó a una nueva casa, ese era el lugar al que llamábamos hogar hasta hace poco, cuando mi madre decidió venderla.

Teníamos recuerdos agradables de la casa donde crecimos, fue muy difícil desprenderse de ella.  Pero una cosa que me dijo mi madre hizo todo más fácil. Ella dijo que cuando la familia se trasladó primeramente a la hermosa casa de ladrillo,  a papá le gustaba tanto, que él le dijo: “Esta será mi última mudanza.  Mi siguiente mudanza será al cielo”.

Como de costumbre, papá tenía razón. Cuando murió, en el dormitorio de esa casa, de inmediato se trasladó a un lugar mucho más grande que Jesús había estado preparando para él en el cielo (Juan 14: 2).

Cuando éramos niños, nunca nos imaginamos el día en que papá nos dejó para ir al cielo, ni tampoco pensábamos en que aquella ahora vieja casa de ladrillo se vendería algún día.  Sin embargo, la brevedad de la vida se hace más evidente a medida que pasa cada año. Y la importancia de lo que construimos o acumulamos aquí adquiere cada vez menos importancia.

Nuestra menta como hijos se centró en ser como mi papá.  Él tenía su destino final siempre en mente.  Aunque podemos disfrutar de las bendiciones que Dios nos ha dado, tenemos que mantener un ojo atento en nuestra meta final la cual es la eternidad al lado de nuestro Salvador.

Si mantenemos nuestra meta eterna en mente, podríamos decir con el apóstol Pablo: “Porque para mí el vivir es Cristo y el morir es ganancia.” (Filipenses 1:21).  Es una convicción que podemos vivir tanto en el ahora, como más tarde.

1. ¿Estás listo para tu mudanza celestial?  Para ello primeramente debes aceptar el regalo de salvación que te ofrece nuestro Señor (Romanos 6:23).

2. Para sacar el máximo provecho del hoy, mantén la eternidad en mente.

NPD/DB