Lectura: 1 Corintios 11:23-34

Un hombre había vivido una vida bastante sana, no se había excedido, se alimentaba bien y rutinariamente hacia ejercicios.  De repente un día empezó a presentar dolores de cabeza repentinos que se iban tan rápido como aparecían.  Decidió ir a una consulta médica y el doctor le recetó una batería de exámenes para descartar cualquier complicación, entre los que incluyó una resonancia magnética (examen no invasivo mediante el cual se analizan imágenes de las estructuras del objeto examinado).  Gracias a esto, le detectaron un tumor cerebral que por su posición no era operable y eventualmente le quitaría la vida.

En búsqueda de paz, el hombre le pidió a un ministro que lo visitara en su casa de habitación, y hablaron de muchas cosas, entre ellas de la temporalidad del ser humano. El rey David lo expone de esta forma: “Porque él conoce nuestra condición; se acuerda de que somos polvo.  El hombre, como la hierba son sus días: Florece como la flor del campo que, cuando pasa el viento, perece y su lugar no la vuelve a conocer” (Salmos 103:14-16).  Luego de esto decidió aceptar el regalo de salvación de nuestro Salvador Jesús, finalmente el ministro compartió con él la cena del Señor (la Comunión), y días más tarde el hombre murió con una convicción nueva en su vida, que le permitió encontrar paz en medio de la tormenta en la cual se encontraba.

Cuando en verdad hemos depositado nuestra fe sincera y vida en Dios, recordar cotidianamente lo hecho por Él a través de la celebración de la cena del Señor, hace que nuestra alma encuentre el descanso que muchas veces la vida y los momentos desagradables nos quitan.  Es por ello que el apóstol Pablo nos recuerda la relevancia de esta conmemoración y su profundo significado para los creyentes; nos advierte lo siguiente: “De modo que cualquiera que coma este pan y beba esta copa del Señor de manera indigna, será culpable del cuerpo y de la sangre del Señor” (1 Cor.11:27).

Nunca debemos olvidar que Jesús murió en la cruz para que fuera posible nuestro perdón, y al tomar la cena del Señor, recordamos estos momentos trascendentales de la fe.  Cuando tomemos el pan y el vino, autoevaluémonos en una actitud de oración, si es necesario pidamos perdón y renovemos nuestro compromiso con el Señor.

  1. Cuando tomes la comunión, haz conciencia de la seriedad, reverencia y agradecimiento con los cuales debes participar de esta ceremonia.

 

  1. Al recordar que Jesús murió por nosotros, recordamos que debemos vivir para Él.

HG/MD

“Todas las veces que coman este pan y beban esta copa, anuncian la muerte del Señor, hasta que él venga.” (1 Corintios 11:26).