Lectura: Éxodo 3:1-12

Muchas personas han estado en el umbral de la grandeza, sin embargo cuando vislumbraron los enormes desafíos que tenían por delante, retrocedieron. Esto es muy común de presenciarlo en nuestros países cuando se aproximan los años de elecciones, cuando los candidatos a presidencia contemplan la inmensidad de la tarea por delante, y deciden que el costo que demandará dicha posición no vale la pena.

En menor escala, todos en algún momento de nuestra vida en Cristo, nos hemos sentido abrumados por un desafío que alguien nos ha planteado, con el fin de involucrarnos más en la obra del Señor, a lo que ponemos innumerables excusas con tal de no asumir el mismo.

Mira a Moisés en la zarza ardiente. Podemos entender por qué estaba tan reacio a aceptar el llamado de Dios para él, cuando lo llamó a liderar al pueblo de Israel, suponemos que él valoró entre sus dudas la inmensidad que ese trabajo conllevaba. Al igual que él, tenemos nuestras propias dudas y limitaciones.  Él estaba preocupado por la incredulidad de la gente; del mismo modo, podemos estar preocupados de que la gente no responda adecuadamente a nuestros esfuerzos. Estaba preocupado de que su falta de elocuencia le descalificaría; de igual manera nosotros desconfiamos muchas veces de nuestra habilidad como buenos comunicadores para entregar el mensaje de Dios de una forma clara y concisa.

El Señor no permitió que Moisés tirara la toalla o se diera por vencido. En cambio, Dios le dio una señal para persuadir a la gente para que creyera en él, y Dios se comprometió a guiar su lengua vacilante. El pueblo de Dios nunca se quedará sin los recursos que necesitan. Cuando Él te pide que hagas algo, Él siempre enviará una provisión. Lo hizo por Moisés; Él lo hará por ti.

1. Si tienes algún trabajo que hacer para el Señor, inícialo ahora mismo, prepárate, ora, consulta y ve; tú suministras la voluntad, Dios suministra la energía para realizarlo.

2. Los recursos de Dios son siempre iguales a sus requerimientos.

NPD/DB