Lectura: Juan 10:22-33

Se dice que San Agustín (354 d.C. – 430 d.C.), un líder en la iglesia primitiva, estaba caminando en la orilla del mar un día y reflexionando sobre el misterio de la Trinidad. El notó a un niño jugando con una concha marina. El niño quería hacer un agujero en la arena, y luego ir a las olas y llenar su concha marina de agua y verter el contenido en el agujero que había hecho.

Agustín se acercó al niño y le preguntó: «¿Qué estás haciendo?» El muchacho respondió: «Voy a verter el mar en ese agujero.»

“Ah”, dijo Agustín a sí mismo, “eso es lo que he estado tratando de hacer. De pie frente al océano del infinito, he tratado de abarcarlo con mi mente finita”.

La Trinidad no encaja en el marco de la lógica, ni puede ser completamente analizada con el microscopio de nuestro intelecto. Sin embargo esa no es razón para concluir que los teólogos inventaron la idea.  El declarar que el único Dios se nos ha dado a conocer como: Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas distintas, pero no separados, esto es lo que simplemente expresan y enseñan las Escrituras (Jn. 10:29-30, Hechos 5:3-4).

1. ¿No tiene sentido que Aquel que adoramos y en el que hemos confiado nuestras vidas debe estar mucho más allá, de nuestra limitada capacidad de entendimiento?
2. La verdad de un Dios trino hace tambalear la mente, pero al conocerlo a Él nos satisface el corazón.

NPD/DJDH