Lectura: 1 Samuel 13:1-15

La desobediencia siempre trae sus consecuencias, y un amigo lo aprendió de la manera más costosa.  La noche anterior se había acostado muy tarde pese a que el día siguiente tenía que despertarse temprano para ir a trabajar. Como consecuencia levantarse fue más difícil de lo acostumbrado; se despertaba, apagaba la alarma y se volvía a dormir, así lo hizo cinco veces seguidas, hasta que finalmente se levantó, se bañó, tomó desayuno y entró rápidamente al auto. En el momento que se disponía para salir de la casa, se percató que justamente ese día tenía restricción vehicular y por lo tanto no podía entrar con su auto a la ciudad sin exponerse a una fuerte multa.  Decidió correr el riesgo, pues en realidad nunca había visto a un oficial en su camino al trabajo, así que emprendió su camino desobedeciendo las reglas de tránsito; pero a tan sólo 100 metros del trabajo, se encontró un oficial con su pulcro uniforme, quien le hizo señas para que se estacionara y le aplicó una multa.

El rey Saúl también aprendió el precio de la desobediencia; se arriesgó a luchar acompañado de su pequeño ejército de soldados aterrorizados y sin entrenamiento, contra el ejército profesional Filisteo.  Estaba tan impaciente por luchar que no esperó al profeta Samuel para ofrecer un sacrificio antes de ir a la batalla, decidió desobedecer y ofreció el sacrificio por sí mismo, a pesar de saber que Dios había reservado esa labor a los sacerdotes.  Este fue un error muy costoso.

A pesar de que Saúl había iniciado su reinado con humildad y compasión, dando a Dios todo el crédito (1 Samuel 11), su impaciencia le trajo graves consecuencias. Dios le había prometido que si era obediente mantendría el reino en su familia (1 Sam.13:13-14); sin embargo, ese pequeño acto de desobediencia acarreó consigo  el inicio de su caída.

  1. La desobediencia siempre tiene consecuencias que incluso en algunas ocasiones pueden ser mortales.
  2. El único camino hacia la bendición es el de la obediencia.

HG/MD

“Destruimos los argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios; llevamos cautivo todo pensamiento a la obediencia de Cristo” (2 Corintios 10:5)