Lectura: 1 Timoteo 1:18-20

Un creyente tuvo una recaída en el horrible vicio del alcohol, asistió a una fiesta laboral en la cual sabía que habría licor y “amigos” que desde hacía tiempo lo motivaban a tomar algo con ellos. Cuando regresó a su casa estaba alcoholizado, y su esposa decidió no abrirle la puerta; en lugar de ello llamó a uno de sus vecinos que también era creyente, y quien a pesar que era de madrugada fue en ayuda de la mujer; cuando llegó halló al hombre dormido en el asiento de su vehículo.

El vecino lo llevó a un hotel de paso para que durmiera y se le pasaran los efectos de la borrachera, él lo conocía bien y sabía que no sería necesario reprenderle fuertemente, lo que sí hizo fue empezar a orar a Dios para que le hablara al corazón y se produjera un arrepentimiento sincero por el error cometido.  Luego de unas horas, el hombre estaba muy avergonzado por toda aquella situación y admitió su error, reconoció que había aprendido una valiosa lección de toda aquella penosa experiencia, admitió que desde hacía algunos meses se había alejado del Señor y una cosa llevó a la otra; había ignorado conscientemente las advertencias, pero ahora estaba dispuesto a retomar su andar con Dios.

El creyente tiene dentro de su equipo de supervivencia una advertencia muy efectiva, se llama: Espíritu Santo (Juan 16:13), Él nos incomoda cuando estamos haciendo lo malo.  El apóstol Pablo ejemplifica esto con el ejemplo de la vida real de dos hombres llamados Himeneo y Alejandro, quienes rechazaron la fe y la buena conciencia y por ello naufragaron en la fe (1 Timoteo 1:19-20).

  1. Cuando nos acercamos a Dios y tenemos una relación creciente con Él, la atracción y diversión que proporciona el pecado pierde toda su efectividad, y hace que desaparezcan de nuestra mente pensamientos que traten de justificar una conducta incorrecta.
  2. Deja que Dios te guíe cada día, de esta forma poco a poco cometerás menos errores y estarás menos propenso a los naufragios o recaídas de la vida.

HG/MD

“Manteniendo la fe y la buena conciencia, la cual algunos desecharon y naufragaron en cuanto a la fe” (1 Timoteo 1:19)