Lectura: 1 Pedro 1:13-19

Hace ya algún tiempo el Departamento de Energía de los Estados Unidos había hecho una estimación sobre cuánto costaría una limpieza nuclear en los sitios contaminados que antes alojaban armas.  El número es exorbitante: 230 mil millones de dólares y se necesitarían para realizarla al menos 75 años.  Además de ello, el informe decía que no se eliminaría toda la contaminación, y habría que impedir el acceso de personas a esas tierras contaminadas.  Los desechos radiactivos no desaparecen completamente, se contienen.

En un mundo donde persisten las toxinas, me estoy haciendo cada vez más consciente de que el pecado es el contaminante más tenaz y mortal de todos.  Envenena el cuerpo y el alma, y si no se vigila deja una trágica huella de sufrimiento y desolación.

El enorme poder destructor del pecado hace más extraordinarios los medios que Dios usa para limpiarlo.  Salmos 103 afirma que “cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones” (Sal.103:12)  El apóstol Pedro describió lo costoso que fue el más grandioso de todos los esfuerzos que se han hecho para descontaminar cuando escribió: “Pues ustedes saben que Dios pagó un rescate para salvarlos de la vida vacía que heredaron de sus antepasados. No fue pagado con oro ni plata, los cuales pierden su valor,  sino que fue con la preciosa sangre de Cristo, el Cordero de Dios, que no tiene pecado ni mancha” (1 Ped.1:18-19).

Limpiar el paisaje puede ser costoso.  Pero se necesitó la limpieza más cara del mundo para perdonar nuestro pecado y dar vida a nuestra alma.

  1. Tómate unos momentos ahora mismo para alabar a Dios y darle gracias por su inapreciable regalo de salvación.
  2. Cristo pagó un precio que nunca podríamos pagar para darnos una vida que no merecíamos.

NPD/DCM