Lectura: Colosenses 4:1-6

El gran estadista francés Richelieu (1545-1642), era conocido por su cortesía, una actitud extraña para un hombre importante de la época.  Se dice que en una ocasión alguien que sabía de antemano que no le darían el empleo, le solicitó trabajo.  La forma cálida y agradable en la que hablaba Richelieu era tal, que valía la pena oírlo decir amablemente las razones por las cuales no le iba a contratar.  Muchos de nosotros podríamos aprender del ejemplo de este hombre al tratar con nuestros semejantes.

Un amigo me contó, que durante sus primeros años de matrimonio, su esposa le decía de vez en cuando que él tenía la mala costumbre de expresar sus opiniones con demasiada fuerza, y esto opacaba a otras personas.  Ello ocurría porque tenía un entusiasmo excesivo a la hora de comunicar sus ideas, lo cual hacia que alzara la voz por sobre los niveles normales, haciendo que los demás percibieran que hablaba con prepotencia.

Te has preguntado, ¿cómo es tu manera de hablar? Los creyentes debemos ser muy sensibles ante las necesidades, el sufrimiento y las situaciones que otros están viviendo; debemos tener cuidado de escoger bien lo que vamos a decir y la forma de expresarlo, aunque nuestras palabras sean de corrección, debido a una circunstancia que se presente; una cosa es ser firme y otra es ser grosero en nuestra manera de hablar.  Cristo es quien mora en los corazones de los creyentes y debemos someternos a su control y amor.

  1. Si Cristo está en control de nuestras vidas, se evidenciará en nuestra forma de hablar y en el mensaje que comunicamos.

 

  1. La diferencia entre ser ofensivos o de bendición, radica en permitir al Señor ejercer control sobre nuestras vidas; las palabras amables son livianas, pero al mismo tiempo tienen un gran peso.

HG/MD

“Que la palabra de ustedes sea siempre agradable, sazonada con sal, para que sepan cómo les conviene responder a cada uno” Col.4:6