Lectura: Levítico 10:1-11

A veces Dios parece reaccionar de forma exagerada.  En Levítico 10, leemos acerca de las personas que fueron castigadas con la muerte, simplemente porque no adoraban correctamente.  Los sacerdotes estaban amenazados de muerte,  si tan sólo no eran cuidadosos o no seguían las instrucciones de su trabajo en el tabernáculo. Para nosotros en este mundo actual que nos gusta vestir casualmente, toda esta serie de requisitos de vestimenta podrían sonar un poco sofocantes.

El objetivo de esta instrucción divina no es decirnos cómo vestirnos o qué palabras decir en la iglesia.  Lo que debemos recordar es que Dios es santo, y con Él no se juega, ni se le trata con irrespeto. No debemos malinterpretar la cercanía que Dios quiere que tengamos con Él, con una falta de respeto por lo que Él representa, recordemos Dios no es uno de nosotros.

Las Escrituras no sólo nos educan en lo moral. Dios no nos ha dado la Biblia para tan sólo para hacernos “buenas personas”.   La Escritura enseña que debemos vivir con respeto y admiración ante la impresionante presencia del Dios santo.  Sin la santidad de Dios, nuestra fe pierde su significado. El Teólogo británico P.T. Forsyth (1848-1921) escribió: «El pecado no es más que el desafío de la santidad de Dios, la gracia no es más que su acción sobre el pecado, la cruz no es más que Su victoria, y la fe no es más que nuestro culto a Él.

Los ángeles que se encuentran ante la presencia de Dios, día tras día y noche tras noche repiten continuamente: ¡Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso!» (Ap. 4:8). Si somos creyentes en Cristo, podemos unirnos a ellos con ese canto.

1. La santidad de Dios revela nuestra insuficiencia; pero cuando su Espíritu nos llena el corazón, podremos ver Su obra en nosotros.

2. Abstenerse de pecado no nos hace santos, pero la santidad nos hace abstenernos del pecado.

NPD/HWR