Lectura: 2 Corintios 4:1-6

En los días de Benjamín Franklin las calles de Filadelfia eran oscuras después de la puesta del sol.  Los peatones que transitaban por la noche tenían que andar con cuidado para esquivar las piedras y los hoyos.

Franklin decidió dar un buen ejemplo a sus conciudadanos colocando una linterna al frente de su casa.  Cuando la gente tropezaba en su calle por la noche, estos se dirigían a aquel oasis de luz y así se daban cuenta de cuan bueno era esto.  Al poco tiempo, otros habitantes de Filadelfia comenzaron a hacer lo mismo.  Después de la puesta del sol, la entonces villa entera se convertía en un lugar seguro porque estaba iluminada.

El mundo que nos rodea está en tinieblas por causa de la ignorancia espiritual.  Para multitudes de personas la falta de propósito en su existencia los conduce a una callada desesperación.

No podemos, nosotros solos, acabar con la oscuridad en todas partes, pero si podemos hacer algo significativo.  Podemos dejar que nuestras vidas, redimidas e iluminadas por Cristo, sirvan de linternas.  Nuestro Salvador nos ordena: “De la misma manera, dejen que sus buenas acciones brillen a la vista de todos, para que todos alaben a su Padre celestial (Mateo 5:16).

En vez de lamentarnos por la oscuridad, podemos mostrar el camino a los que nos rodean.  A medida que Cristo brille por medio de nosotros, las almas perdidas que tropiezan en la oscuridad espiritual serán atraídas a Él, que es la Luz del mundo.

  1. Aun la luz más pequeña, brilla en la noche más oscura.

 

  1. Refleja la luz con que Cristo nos ilumina.

NPD/VCG