Lectura: 1 Corintios 3:1-9

Un misionero estaba compartiendo en una iglesia sobre la paciencia que se requiere para trabajar en el campo de las misiones.  Contó la forma en la que un amigo y su familia habían viajado a la región interior de Mongolia en China, para compartir el mensaje del evangelio con los pobladores de esos lugares.

Los primeros años fueron invertidos en acostumbrarse a la cultura y comprender los hábitos de la gente.  Luego de casi 4 años, informó a las personas que los estaban apoyando, que estaba discipulando a las primeras tres personas que respondieron al evangelio de nuestro Señor, lo cual para algunas personas puede representar un progreso lento para un primer resultado luego de algunos años.

No obstante, luego de otros 4 años, el misionero presentó otro informe que llamó considerablemente la atención, debido a que toda la villa en la cual vivían se había convertido a Cristo.  Los nuevos convertidos empezaron a orar por las personas del pueblo vecino, enviaron mensajeros para compartir con ellos sobre las verdades que estaban aprendiendo y al poco tiempo la mayoría de las personas de esa villa también respondieron positivamente al evangelio.  Luego de algunos años la mayor parte de esa región de China había escuchado el evangelio y muchos oyeron y aceptaron en sus corazones las palabras de vida,  todo por un hombre y su familia quienes estuvieron dispuestos a plantar la semilla y confiarle los resultados a Dios.

En los inicios del cristianismo, otro hombre llamado Pablo también dio su vida por la obra de Dios,  él conocía quien era el responsable del éxito de esa obra: “Así que, ni el que planta es algo, ni el que riega; sino Dios, quien da el crecimiento” (1 Cor.3:7).

La evangelización requiere de mucha pero mucha paciencia.  Puede ser que nosotros plantemos la semilla, como lo hizo Pablo, o que le echemos el agua y la abonemos, como lo hizo Apolos (1 Cor.3:6).  Pero el único que puede dar el crecimiento es el Señor.

  1. Hagamos nuestra parte: servir y ser obedientes; los resultados dependen de Dios.

 

  1. El requisito de Dios es la fidelidad; el fruto depende de Él: “Pero el fruto del Espíritu es: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio propio” (Gal.5:22-23).

HG/MD

“Yo planté, Apolos regó; pero Dios dio el crecimiento” (1 Corintios 3:6).