Lectura: Génesis 16:1-16

La gente siempre ha tenido una tendencia a querer “ayudar” a Dios cuando parece que Él es lento para cumplir sus promesas o responder a nuestras peticiones.

El Señor le había prometido a Abraham que sus descendientes serían tan incontables como las estrellas y que un heredero vendría de su propio cuerpo envejecido (Génesis 15:1-5). Abraham creyó al Señor, pero Sarah perdió la paciencia.  Le habló a Abraham para que engendrara hijos a través de su sierva Agar.  Como consecuencia Abraham desobedeció y nació Ismael, el cual no era el hijo de la promesa (Gén.17:18-21). Catorce años más tarde, cuando Abraham y Sara eran aun más viejos, Dios hizo lo imposible, Sara concibió el hijo de la promesa: Isaac.

Una mujer piadosa compartió esta historia: “Una vez, durante la ausencia de mi esposo, surgió una crisis. Se necesitaba actuar rápidamente, pero yo estaba totalmente indefensa. Finalmente oré: “Señor, esto es imposible para mí. Vas a tener que hacerse cargo por completo. ¡Yo ni siquiera puedo ayudarte!” Ella testificó que Dios hizo lo imposible cuando ella admitió su impotencia.

Cuando dependemos de nosotros mismos, tendemos a pensar que todo lo podemos hacer sin ayuda de ningún tipo, y el resultado muy a menudo es la frase: “¿Por qué no me va bien?”  Mas cuando dependemos de Dios y lo tomamos en cuenta en nuestras decisiones, la gente ve lo que Él puede hacer y nuestro testimonio es: “¡Qué bien que hace Dios las cosas! ¿Qué tipo de testimonio vas a tener hoy?

1. Frente a una imposibilidad, tenemos siempre la oportunidad de confiar en Dios, además necesitamos entender que en ocasiones la respuesta de Dios será un No, un espere o un rotudo Si.

2. Este año puedes invitar a Dios más a menudo para que sea parte de las decisiones de tu vida, no te va costar nada y los beneficios pueden ser eternos.

NPD/JY