Lectura: Lucas 11:5-13

Orábamos. En silencio a veces. En voz alta otras. Oramos por más de 17 años. Orábamos por salud y dirección a favor de nuestra hija Melissa, por su salvación, y a menudo por su protección. Así como orábamos por nuestros demás hijos, le pedíamos a Dios que pusiera Su mano protectora sobre ella.

A medida que Melissa entraba en sus años de adolescencia, orábamos aún más para que Él la guardara de todo mal -que mantuviera Sus ojos sobre ella cuando ella y sus amigos comenzaron a conducir. Orábamos, “Dios, por favor, protege a Melissa”.

¿Y qué pasó? ¿Acaso Dios no entendió cuánto les dolería a tantas personas perder a una joven tan bella con tanto potencial para servirle a Él y a los demás? ¿Acaso Dios no vio al otro automóvil que avanzaba esa cálida noche de primavera?

Oramos. Pero Melissa murió.

¿Y ahora qué? ¿Dejamos de orar? ¿Ya no insistimos más con Dios? ¿Tratamos de lograrlo por nuestra cuenta?

¡Definitivamente no! La oración es aún más vital para nosotros ahora. Dios -nuestro inexplicable soberano Señor- sigue teniendo el control. Sus mandamientos de orar siguen en pie. Su deseo de saber de nosotros sigue vivo. La fe no es exigir lo que queremos; es confiar en la bondad de Dios a pesar de las tragedias de la vida.

  1. Sufrimos. Oramos. Seguimos orando.
  2. Y tu, ¿Sufres, oras y sigues orando?

NPD/JDB