Lectura: Filipenses 4:10-19

Rendirse no es una palabra muy popular. La usamos en referencia a la humillación que acompaña a la derrota. Cuando una nación pierde una guerra, puede ser obligada a rendirse incondicionalmente, y a no tener voz en los términos de la derrota.

Sin embargo, hay un tipo de entrega, que es digna y adecuada. Pablo la entendió en dos aspectos. En primer lugar, significa renunciar a nuestros deseos y entregarnos a la voluntad del Padre Celestial. Jesús es nuestro ejemplo, porque él hizo la voluntad del Padre en todas las cosas (Juan 6:38).

El segundo aspecto es la aceptación de la soberanía suprema de Dios. Esta se caracteriza por nuestra conciencia de que las cosas no siempre salen como queremos y que Dios hará cumplir Su voluntad en la tierra.   Y nuestra vida se moverá a través de los buenos y malos tiempos.  Nuestra salud puede sufrir.  Los seres queridos van a hacernos daño, o nos dejarán, o incluso morirán. Nuestros más preciados sueños quizás nunca se puedan realizar.

En el sentido espiritual, rendirse significa que confiamos en Dios hará lo que es mejor. Es, como dijo Pablo: “porque he aprendido a estar contento con lo que tengo» (Fil. 4:11-12), y saber que por la fe que Dios cuidará de nuestras necesidades (v.19). Ese tipo de fe no es fácil. Pero es la única manera de superar la insatisfacción y el enojo por circunstancias incontrolables.

1. Tal vez es el momento de decir «me rindo» al Señor y aceptar Su perfecta voluntad y plan.

2. La entrega es la victoria, cuando nos rendimos a Dios.

NPD/DCE